martes, 5 de junio de 2012

Entorno.

Después de cinco años sin viajar a Cuba las vivencias dejan sensaciones agridulces. A Estela se le acumulaban las ansias mientras preparaba su visita acariciando recuerdos familiares, de su gente y de los lugares que frecuentaba. Al regresar nos dice que se le marchitó la nostalgia. 

Estela describe ciudades marcadas por el abandono o la desnudez de los escaparates en una sucesión de edificios grises, despintados, sosteniéndose a duras penas sobre el entramado de sus calles heridas. También habla de la escasez endémica y los coches desvencijados. Estela se adentra en la fealdad urbana cuando le pregunto si vió el mar. Entonces su expresión es otra. Estuvo en la orilla dorada, sentada frente a la inmensidad caribeña de intensos azules. Por ese mar volverá su nostalgia.
A Cuba habría que verla a través de la transparencia de sus aguas que dejan ver el fondo. Todas sus circunstancias salen a relucir desde el primer avistamiento en el que afloran los padeceres de una economía renqueante, aquejada de tropiezos propios y aireados por el día a día de los cubanos, los más inconformes e interesados en romper la inercia que ralentiza los cambios. Desde la burocracia o la conveniencia parte el retardo de las actuaciones. Es lo que se dice internamente en los debates hogareños tan distanciados del discurso propagandístico de una oficialidad plagada de frases hechas, ajenas al sentir popular. En Cuba proliferan necesidades insatisfechas y la cotidianidad es incómoda a pesar de la ingeniosidad de sus habitantes. La lentitud es su enemigo. El tiempo de espera de las mejoras desanima al más dispuesto. Al bloqueo externo e inmerecido se unen el fardo de inhibiciones y prohibiciones que lastran las iniciativas. A pesar de sus auténticas conquistas sociales el análisis de la realidad se enturbia al adentrarse en los resultados de la vertiente económica y su deriva inevitable hacia el anecdotario de vicisitudes, de ese buscarse la vida de cualquier modo. Es en la descripción de los pormenores cuando sale a relucir ese espíritu airoso del cubano a pesar del momento, aliviando las secuelas para retomar la animosidad con que se nutre y que le acompaña más allá de sus enojos porque allí, en su entorno, es más genuina quizás porque se contagia de unos a otros; quizás porque es un aditivo inherente del entorno rodeado por las corrientes del golfo, azules y transparentes, que nos dejan ver el alma hospitalaria del cubano. Por ella hay quienes volvemos a la isla como un imperativo de los sentidos a pesar de los escenarios decadentes y avizoro que en uno de mis retornos me acompañará Estela invadida de nostalgia.